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by His Excellency Manuel J. Benítez de Castro, ILAS Associate Fellow

ILAS Associate Fellow Manuel J. Benítez de Castro of the Argentine Ministry of Foreign Affairs gives an introduction to his recent reflections on the cultural, social, political, and economic factors that have shaped contemporary Latin America (full article available here in PDF in Spanish).

En noviembre de 2014, el Real Instituto Elcano me invitó a dar una charla en Madrid, sobre un tema que definió como “América Latina en la actualidad”. Puesto a la tarea de preparar esa charla, recordé las innúmeras charlas que, durante mis últimos catorce años en la Dirección de Europa occidental del Ministerio, había mantenido con diplomáticos y empresarios europeos, en mayor número con españoles, intentando explicarles en qué consistía el “peronismo”, los “movimientos populistas” y cómo y por qué funciona como funciona la política en nuestros países… a menudo con un magro resultado de comprensión. Mis  interlocutores, que partían de sus matrices cognitivas europeas, veían que la realidad cotidiana de la Argentina les resultaba absolutamente familiar, “a la europea” y sin embargo constataban que los desarrollos políticos les sorprendían invariablemente, y generalmente no para bien! Entonces pensé que esa era una buena ocasión para traducir en términos académicos, me animo a decir científicos, un paradigma de los fenómenos sociales y políticos latinoamericanos que ayude a explicar lo que ocurre actualmente en América Latina, y qué puede esperarse que produzca la globalización en el ámbito regional.

SSamuel Huntington (derecha), en su libro “Choque de Civilizaciones”, define a América Latina como “un brote inmediato de otra civilización de larga vida” (que es la occidental), y “puede ser concebida tanto una subcivilización dentro de la civilización occidental, como una civilización separada con una cercana filiación con Occidente y dividida sobre su pertenencia a Occidente.” Y concluye: “Para un análisis centrado en las implicancias políticas de las civilizaciones, incluyendo las relaciones entre América Latina por una parte y Norteamérica y Europa por la otra parte, la última designación es más apropiada y útil.”

Dado que el concepto de “subcivilización” no tiene una connotación muy precisa, prefiero recurrir a la noción de “estructura emergente”, que nos permite enfocar a la cultura latinoamericana como una “cultura emergente” de la civilización occidental, o sea una cultura originada por una determinada configuración estructural – ergo, históricamente condicionada por la misma -, que se desarrolla y genera sus propios atributos y capacidades e interactúa autónomamente con la estructura de la cual se desprende.

Esa perspectiva teórica se ve favorecida por la adopción de una “lente de corrección”, que nos ayuda a “enfocar” con mayor precisión la entidad de América Latina: el concepto de “pliegue”, desarrollado por Deleuze. Así como un pliegue mantiene la textura y el color de una superficie, desarrollándola en un nivel diferente, a partir de esa disrupción que constituye el mismo pliegue, América Latina, como estructura emergente del momento expansivo de esa otra estructura que fue la civilización europea en los siglos XV al XVIII  inclusive, es, en realidad, un “pliegue” de la cultura occidental. Así como el pliegue marca una discontinuidad en la continuidad, América se “despliega” de la cultura occidental con un resorte propio, marcando una continuidad cultural que emerge de la discontinuidad histórica, y que lleva a lo largo de su desarrollo ese doble signo de continuación discontinuada.

Cuatro factores claves

Ese pliegue, en mi enfoque, se produce por la combinación de cuatro factores principales: 1) el multiculturalismo constitutivo de la sociedad latinoamericana, presente desde su mismo origen; 2) la importación de las representaciones colectivas  españolas y portuguesas en los siglos XVI a XVIII, entendiendo como tales los valores, ideas, instituciones, normas, organizaciones, procedimientos y mecanismos que se implantaron en tiempos de la colonia, y posteriormente el conjunto de instituciones europeas y norteamericanas con las que se forjaron los órdenes políticos en el siglo XIX; 3) la influencia de la dimensiones espacial de América en la realidad cotidiana de esos siglos y en el desarrollo histórico de sus sociedades; 4) la aceleración de los tiempos americanos.

Esos cuatro factores no actuaron homogéneamente en todo el espacio de América Latina. La conquista española se expandió sobre el territorio de tres grandes culturas aborígenes: la azteca y la maya, en la zona de América del Norte, Central y el Caribe, y la inca, en la zona de América del Sud. Desde México hasta Bolivia tenemos este espacio que se ha denominado “indoamérica”. En cambio, la conformación de las sociedades del Cono Sur (Chile, Argentina, Uruguay y sur de Brasil) tuvo más que ver con la inmigración europea, que se mezcló con comunidades indígenas de menor desarrollo cultural, dando lo que podríamos llamar “euroamérica”. Y el  área caribeña, bajando hasta el norte de Brasil, tuvo luego una poderosa interacción con las culturas afroamericanas que se fueron desarrollando a partir de la liberación de la esclavitud en esos países. Tenemos así tres manifestaciones culturales de ese pliegue, que se caracteriza por una matriz común y tres variantes sociales, según la conformación demográfica predominante en el lugar.

Ahora bien, la cuestión del pliegue plantea la de su “despliegue”, cómo se despliega América Latina actualmente, cuál es el alcance del cambio que se produce al acceder a la fase última de la globalización capitalista, con la decadencia de la modernidad y el tránsito hacia una nueva era cultural que está “transversalizando” el mundo y sus normas. Esto que presenciamos como “actualidad” en América Latina no es otra cosa que un proceso de transformación de una “cultura emergente” a una “nueva cultura global”, en el sentido de una cultura en sí, diferente y homologable a las demás en el contexto de la globalización.

Gianni VattimoGianni Vattimo (derecha), en el ensayo que cito en el trabajo, se pregunta si la experiencia de Europa puede influir o considerarse un parámetro en América Latina. Y dice: “Un problema filosófico sería la reflexión sobre la transformación de la experiencia del tiempo, el cuestionamiento a la certeza de la noción lineal de la historia. Hay países donde la modernidad no se realizó del todo, entonces el contra-argumento puede ser que no existe tal cosa como una ley evolutiva que funciona igual para todos, y por ende no tendríamos por qué esperar que tal o cual situación nos pase a nosotros. Yo creo –dice Vattimo- que otro aspecto del posmodernismo que concierne a países como Argentina – o más en general a América Latina – puede ser la liberación de las culturas locales, lo que en mi opinión no significa la búsqueda de una identidad fuerte como si el problema fuera el de reconstruir una identidad perdida, sino fortalecer las comunidades locales, como las que representan los dialectos.” Pero, continua “…garantizar la supervivencia de culturas locales, no me parece que esto sea posmoderno, más bien es una idea muy premoderna. Por supuesto que quiero que las culturas se expresen, pero tal vez aquí sería más relevante el fortalecimiento de un pensamiento autóctono, es decir, no depender políticamente del extranjero, eso me parece más significativo políticamente, aunque actualmente no hay más culturas que puedan seguir pensándose como rigurosamente nacionales, sino culturas mezcladas, contaminadas, en el sentido latino de la palabra.”

La “latinidad” de Latinoamérica

Qué tiene de “latina” América Latina, y por qué sería ésta su denominación distintiva? Una primera mirada, más intuitiva que analítica, al universo latinoamericano advierte que esa designación responde a una “ exclusión”: América Latina es aquélla parte de América que no es anglosajona, que fue europea y ya no lo es, una Iberoamérica que ha roto el molde hispánico.

La “latinidad” de Latinoamérica emerge más de la analogía que de la semejanza. Como la Roma del Imperio, lo que resalta en una primera aproximación a América Latina es ese rizoma de culturas heterogéneas que conviven sin amalgamarse enteramente, un universo multicultural y colorido, más o menos hibrido, que a su vez va evolucionando con una dinámica acelerada y una gran plasticidad a los cambios del contexto global. Como aquélla latinidad, ésta se define por oposición a sus fronteras y se caracteriza más por una afinidad de convivencia que genética.

Por otra parte, la praxis latinoamericana muestra una sólida vocación de unidad, cooperación y convergencia política entre las naciones que la integran. En este sentido, América Latina se construye al mancomunarse por oposición al Norte anglosajón, al mundo “gringo” y frente a Europa. América Latina no se presenta en la realidad, pero se hace real en nuestras mentes y, a través de nuestras acciones, en sus efectos.

A partir de este paradigma del pliegue latinoamericano, el trabajo señala los rasgos centrales de la cultura latinoamericana actual: el “despertar indígena” en el espacio indoamericano; la evolución de las creencias religiosas; el fenómeno de la concentración urbana en megalópolis globalizadas; las democracias de mayorías y la crisis de la representación; el problema de la educación; la cuestión de la desigualdad, entre otras.

[El artículo completo se puede leer aquí en formato PDF]